“Le
llené su vaso, me llené el mío y nos quedamos durante un rato mirando la ciudad
iluminada por la luna. De pronto me di cuenta de que ya estábamos en paz, que
por alguna razón misteriosa habíamos llegado juntos a estar en paz y que de ahí
en adelante las cosas imperceptiblemente comenzarían a cambiar. Como si el mundo,
de verdad, se moviera. Le pregunté qué edad tenía.Veintidós, dijo. Entonces yo
debo tener más de treinta, dije, y hasta mi voz sonó extraña
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