Miré el reloj que se apoyaba sobre una de las mesas de luz de la habitación y las flacas agujas marcaban las ocho en punto de la noche. Sentí vértigo, supe que ese día lo tenía perdido y que todas las actividades que me había planeado (para este gran día) ninguna sería concretada. De forma mecánica comencé a comer un sándwich de jamón y a tomar un café con leche, que no se porque razón había pedido al servicio de cuartos; digo podría estar tomándome una cerveza y comiendo un sándwich, también de jamón, pero afuera, en la calle, a mostrarme de cuerpo que ya era hora y no en la tranquilidad y aburrimiento de este cuarto.
Puede que se haya demorado el avión o que la altitud de la ciudad me haya recibió de manera cálida, calidez en el sentido de decirme, es una bienvenida que no te vas a olvidar, no creas que venís a mi ciudad sin que yo te de nada a ti, y me haya agarrado un mal de alturas. Pura mierda en definitiva, había hecho un cambio de días y rutinas insoportables en Buenos Aires, para viajar un día antes a Quito, y lo que se dice tener tiempo para pasear por la ciudad; si claro la ciudad se presenta como un tablero donde el paseo es accesible y conformista y uno lo que simplemente hace es trasvolar su decepción y vacío, a las excusas bien intencionadas de estar en una ciudad diferente.
Sin embargo que se entienda bien este último punto, no recorrer el Quito profundo ni conversar con sus habitantes, actividades que mas bien son puras frases inventadas por inescrupulosos, que buscan pretextos sociables para saldar la culpa de sus viajes alrededor del mundo.
Nada de eso, mi idea era ir a los lugares turísticos (si es que los había) sacarme muchas fotos, comprar mercaderías, vivir la experiencia de comer la comida “autóctona”, sentirme un habitante de la ciudad, robarme la identidad de cada uno de los habitantes y adecuarlo a mis necesidades. Pero nada de eso ocurrió.
Es en ese momento cuando uno queda como cadáver en el piso de su habitación, donde surgen las preguntas pelotudas de la vida, ¿me voy a a casar, voy a tener hijos, seré puto, tendré amor, con quien comeré el fin de semana?. Y es precisamente en instantes así donde uno sabe que su cuarto de hora ha llegado, plantear estas posibilidades ya demuestra que la combustión de cada persona llega a su fin.
Para ese entonces el peregrinar de huerfanos pensamientos logro que el sándwich me cayese mal y supuse que sería absurdo pasarme 4 días vomitando en este hotel, vomitando en las sabanas egipcias, vomitando sobre los 3 escritorios que tenía el cuarto, vómitos sobre la heladera y la pantalla plana de ultima tecnologia que irradiaba la soledad de ese hotel. Pueda que no, que la pantalla plana por ahí seria mi única aliada para evitar el delirio final, y entonces me eché como un bollo a la cama, una rosca que se formaba en mi estomago producto del bocadito en mal estado, y que terminaba de conspirar (si es que alguna vez realmente las tuve) de salir, de comer algo decente, de buscar a las putas del centro histórico, que aunque eran decididamente feas, eran las mejores peteadoras de los andes, eran capaces de hacer subir los elevados picos montañosos y hacerlos incluso mas grande que el propio Himalaya, ¡ay los latinos creyendo que nuestras puntas son las mas nevadas del globo, cuando en realidad, se nos derrite cada año!.
La televisión local me agradó, era como un tentempié de sabores y ruidos que me hacían vivir una ausencia, un verdadero viaje, en donde no hace falta ni caminar para “perderse por las calles” de la experiencia. La experiencia televisiva me cambio radicalmente el humor, ya que la sucesión de nombres, disfraces, narcos caídos en desgracia, ex modelos acusadas de proxenetas, jueces pederastas, abuelas suicidas, niños pandilleros, y comida, publicidades de comida hasta parecer que lo que tenemos en frente no es más un frio bocado para calmar nuestros calores, me dio una sensación de libertad, que no había sentido en meses.
Casi como si era salida de la televisión, se sucedieron una serie de gritos, una sucesión de chillidos masculinos, como si te circuncidarán de grande, como que tu carne se va por el hueco de la ducha y no la podes alcanzar más. Por ahí podían ser del documental sobre narcos que daba la televisión estatal ecuatoriana, pero parecían que salían debajo del somier, como si alguien entre los resortes de la cama y el somier, estuviera a punto de la histeria invadiendo la pasividad de mi habitación y mi televisión
En ese momento dudé en salir, no tenía ninguna razón válida que me hiciera abandonar el fastidio en el que me encontraba en la habitación. Pensé también, como excusa para no salir del cuarto, que la recepcionista del hotel, que tan amable me había resultado a mi llegada, hasta en exceso, como si de antemano, me hubiera preavisado de los trastornos que a futuro se me presentarían, no iba a estar más en su puesto de trabajo.
Eso me entristeció porque me había dado un calor de bienvenida muy autentico, genuino, como que por alguna razón desconocida, yo parecía interesarle. Por sus rasgos morenos bien marcados, con boca tropical, la imaginé desnudándose en el cuarto de empleados, sacándose su uniforme y cambiándose por sus ropas naturales, ropas coloridas y muy gastadas, como las que todas las mujeres de los barrios de Quito, utilizan en su vida cotidiana. Barrios humildes, barrios bajos, barrios de pobres, barrios de los que sean, no importa la denominación, pero enclavados allí donde la altura se detiene, sin poder respirar más en los cuatro mil metros, y como si la única forma de engañar a la falta de aire, sea con el colorido de las vestimentas de esas damas quiteñas.
Sin embargo de forma inmediata decidí huir y escapar de la pieza (incluso del hotel si el impulso me lo permitía). Abrí de forma muy violenta la puerta, como dando a entender un profundo miedo que me recorría la boca, y si como con ese gesto de fuerza, me permitía darme ánimos. Salí descalzo (error) y con la remera con la que había viajado que entre el vuelo y el calor de Quito, estaba muy transpirada, casi tanto como yo. El pasillo que comunicaba las habitaciones con los ascensores estaba oscuro, una oscuridad desgarradora, como si un velo permanente se hubiera encargado de tapar cada una de las luces de las imponentes arañas y veladores que decoraban el pasillo.
Hacía mucho calor en ese pasillo, un calor que en nada reflejaba la noche primaveral que caía sobre Quito, posiblemente uno de los mejores cielos nocturnos que se alzan sobre la tierra, un cielo de noche que engaña la vista del turista primerizo, ya que desde cualquier punto de la ciudad, pareciera que todo se encuentra mas cerca, aunque en realidad es un efecto combinado que la altura y la circunstancia de estar la ciudad, en el mismo centro del mundo provoca.
Es una agradable sensación saber que todo esta a la altura de las manos, que sacando las manos sobre una ventana de cualquier punto de ciudad, mágicamente voy a tocar la punta de los volcanes que la rodean, aunque mas se asemejara a la duda del suicida buscando dilatar el tiempo para no arrojarse por la ventana.
Iba caminando por el pasillo en puntas de pies, temiendo que apoyase la planta contra algún vidrio roto (me imaginaba al piso lleno de cristales rotos de las arañas) cuando esa precaución absurda me hizo olvidar otras por allí un poco mas concretas. En un momento perdí el equilibrio y me tropecé de forma muy torpe contra un inmenso jarrón o plantero que se encontraba justo en la esquina. Un jarrón o plantero que esa mañana había admirado (hasta fotos le saqué) porque albergaba y contenía unas rosas amarillas que volvían a dar sentido a mi idea del amor. Rosas vale decir que solo se encontraban en este hotel, y en jarrones o jardines de enormes casas norteamericanas, pero que resultaban invisibles para el resto de los ojos ecuatorianos.
Fue fuerte el golpe, pero creo que más fuerte fue la sensación de impotencia que tenía por haberme golpeado, por el viaje, y por las contradicciones que me generaba estar en este hotel del culo, un hotel decididamente confortable, pero que no se correspondía con el motivo que me había llevado a venir a esta ciudad, no era esto lo que quería, pero allí estaba, allí me pusieron, y yo no hice nada por oponerme.
Me puse a llorar, lloré por esas contradicciones internas que nunca explotan, que están guardadas silenciosas en cada rincón del cuerpo y que lo único que hacemos es llorar y expulsar cada lágrima, para sacar esa contradicción. Me agarré las dos rodillas y se me ocurrió pensar en Galeano y sus famosas venas abiertas, e intenté dormirme mientras pensaba que ese uruguayo que quiere transmitir una sensación de intelectualidad y melancolía, era solo un anticuado, un pesimista que nos había llenado de tristeza, frustración e impotencia, a cada uno de sus lectores
Fue entonces cuando dos voces al unísono, dos voces o el eco de ellas, comenzaban a llamarme. Se encuentra usted bien señor Gualdo?, Ha tenido algún problema señor Gualdo?. --Porque salió de su habitación con este corte de “energía señor Gualdo?.
Puede jurar que esas eran señales de fantasmas de indígenas muertos, de indígenas dueños de estas tierras en donde hoy estaba asentado este lugar que era mi hogar, que estaban en este tiempo, en búsqueda de su revancha, de simplemente reconquistar lo suyo, y que si iba hacia ellos me matarían sin ningún tipo de contemplación.
Supuse que si decía que era argentino, y era la primera vez en este país, podía hacerlos cambiar de parecer y hasta era posible que me terminaran aceptando como uno de los suyos. No obstante esa sensación de argentinidad absoluta por allí no la entenderían, me hubieran visto vacilar y dudar al decir la palabra “Argentina” , y no me matarían , no se tomarían ese trabajo, mas bien me torturarían con cada lagrima que sin su permiso derramé sobre sus tierras.
Las voces o sus ecos siguieron insistiendo, llamándome por mi nombre (creía vagamente reconocer a las dos, acentos cubanos tal vez) pero tenia bronca de tomarme el trabajo de ir hacia donde estas estaban. Los primeros metros los hice gateando, evitando cualquier sopapo o golpe de su parte, luego me incorporé y se ve que sintieron mi cercanía, ya que suavemente me dijeron gracias por acercarse. Ni siquiera vi sombras, ni tampoco me parecían voces cotidianas las que emergían de ese oscuro 6º piso, era mas bien como si se hubieran grabado hace 20 años en un casette, un casette que me habían dejado para entretenerme en mi noche quiteña.
-Quiere fumar señor Gualdo, tengo nacionales los mejores cigarros de mi país?. Gracias contesté de modo soberbio y saque de mi bermuda un parisisenes, y agregué que cuando se enciende un parisienes, los otros cigarrillos deben pedir permiso para seguir prendidos. Ja ja ja, estos argentinos que solo hacen chistes que solo son entendibles en sus fronteras, balbuceó uno de ellos y añadió que “los nacionales son la cuna del tabaco de America latina, son los primeros cigarros negros que llovieron sobre estas tierras”
-Soy Juan Dumas señor Gualdo, dijo una de las sombras. Nos conocimos en aquel evento de hace unos años en el Df. Me encuentro aquí acompañado del señor Larco, quien ofrecerá de guía en nuestro trabajo con las comunidades indígenas de los próximos días.
La voz de Dumas era sofisticada, excesivamente extranjera, como en definitiva nos gusta a los latinos; una voz y un acento que cuanto mas distantes sean a los nuestros de origen, nos genera una deliciosa sensación de éxtasis; la de Larco por el contrario era muy tenue, como apagándose cada vez mas, pidiendo hasta permiso para hablar, pero gruesa y en ese hilo de voz, se advertía una vos marcada por la rigidez propia de un marica.
No obstante, sentí asco cuando escuche la voz de Dumas. Lo habia conocido en efecto hace un año en un congreso sobre cambio climático de las afueras del Df, donde todo era paradójico, sobre todo hablar sobre la salud del clima, en la ciudad mas contaminada del planeta. Dumas es de esa clase de personas que son una especie perfecta de mentirosos profesionales, esos empresarios del dolor que ahora se han travestido en ecologistas a ultranza de la primera hora, capaces de conservar mil kilos de mierda de puma, por el solo hecho de la conservación en si misma.
Cuenta con un alto grado de sequitos del ambientalismo, que de forma canalla y lastimosa, dado que Dumas, un ecuatoriano pero de descendencia alemana, tanto en sus rasgos, como en su posicionamiento permanente a la vieja usanza del III Reich, es en parte un financiador de buena parte de las organizaciones socio ambientales del continente, por lo tanto sus financiados no hacen mas que hundir la cabeza en el poceado culo del señor Dumas, caso contrario directamente desaparecerían de su cotidianeidad laboral, o lo que es peor, dejarían de asistir a las convenciones que se realizan en hoteles cinco estrellas con cócteles y muchachas y muchachos de ocasión. También son motivos de las peores burlas o salidas que al ecuatoriano rubio se le puede ocurrir, debiendo de manera estoica (las pelotas) soportarlos.
Aquella ocasión el Df, por alguna razón le parecí agradable al remedo de nazi. Recuerdo que estaba borracho en el bar de la piscina y que la bar- tender, luego de un breve coqueteo me había propuesto pasar la noche con ella, algo que despertó mi curiosidad que probablemente haya sido tal, que tomó por sorpresa a los demás bebedores que se apoyaban sobre la barra. Dumas se acercó, y luego de tomarnos varios tequilas charros (que pagué yo), intercambiamos nuestras tarjetas personales, mas como compromiso que como posibilidad de generar un trabajo en futuro. Sin embargo las noches subsiguientes a esa, Dumas aparecía por la barra de la piscina, y pese a que era el el terminaba pagando en la mayoría de las ocasiones, me trataba con respeto y estabilidad, hasta dándome la sensación de que me quería nombrar su heredero por si fuera que la contaminación del DF lo matase súbitamente mientras nadaba en la piscina...
Mi respuesta en ese oscuro pasillo fue distante hacia Dumas, sin embargo por Larco tuve de forma inmediata un aprecio, hasta pude que le haya estrechado con firmeza la mano. El dialogo con Dumas fue penoso y cuando todo el intercambio se dirigía irremediablemente a un lógico cierre, Juan Dumas me ofreció a ir a tomar unas copas al bar del jardín del France Hotel. Mi respuesta fue con burla, agradeciéndole la invitación, pero fingiendo un cansancio que no era tal dije que prefería quedarme en el hotel.
Pueda que no haya salido de mi boca la palabra hotel, o que hayan quedado suspendidas esperando la mejor carnada para ser mordida, lo concreto es que antes de emitir sonido y como si una viniera del otro extremo, dando brincos con una garrocha para tomar aun mayor impulso, el señor Larco señalo que era una falta de respeto invitar a nuestro “visitante” a que tome unos tragos aquí, y sugirió los bares cercanos a la Plaza san francisco y los sitios de la calle la ronda, para conocer el color de Quito.
Los bares que nombró llevaban la melancolía y la picardía de las distintas lenguas indígenas, tan puras y autenticas cuando son utilizadas por ellos, tan artificiales y edulcoradas, cuando son dichas por otros.
No voy a negar que tenia ganas de irme a estas alturas de este hotel y del continente mismo si por mi fuera, y terminar en cualquier esquina conversando con estos perfectos desconocidos, pero que por ese instante eran mis mejores amigos, mejores que tus amigos de un viaje de egresados, ya que uno deja de ser quien es, se transforma en una pantomima de si mismo, en la sangre de una baldosa de invierno, pero que es la que soñamos ser y no esa imagen de soñador huidizo que damos. Pese a esto, Dumas se mostraba mas bien reacio a salir, como si salir de ese hotel, le hiciera perder las mas puras de sus raíces germánicas, o tal ves se sintió abatido por la personalidad de Larco, quien impuso por primera ves su presencia frente a su patrón.
Larco pensé que entraba en trance ya que seguía nombrando en ese pasillo a oscuras, iluminados por nuestros cigarrillos nombres o exclamaciones indígenas, en ves de un guía de copas, parecía mas bien un poeta indigenistas, de esos a los que la suerte le es esquiva, de esos que solo son carátulas obedientes de los estereotipos, no obstante era como si en cada frase mencionara o recitara un antepasado muerto en batallas que no aparecían en ningún libro de historia pero que Larco parecía ser el encargado de mantener la tradición y transmitirlas en generación.
Entonces decidí calzarme y salir de ese sitio, mas fuera ir hasta el lobby del hotel. Dado que la luz no habia vuelto aun, lo hicimos por las escaleras de emergencia. Mientras bajabamos por esas amplias escaleras, daba la sensación de que el hotel dejo de tener vida (o sus pasajeros) desde el momento mismo del corte de la energía, en ese momento no lo se, por alli sus almas se evaporaron, dando lugar a los espiritus de los antepasados que discrecionalmente Larco venia llamando.
Imaginé entonces que los verdaderos dueños solo podían volver en las sombras, donde el hotel ni ningún transeúnte podía identificarlos, vislumbrarlos como tales y entonces llegado el buen momento esas almas ocuparían ese hotel dejándolo oscuro para siempre.
Y de repente apareció ella, y me perdí y no tiene sentido describirla, creo que debe ser la sensación de cuando alguien ve por primera ves el mar o cuando escucha una voz encantadora, llena de borracheras salidas de una garganta de una hermosa compañera a la que solo ves como un juguete, pero en realidad es tu espejo, ese espejo que soñas tenerlo para que te acompañe y te diga, oiga compay, sígame que yo lo llevo. Nos habló a los tres, aunque yo en mi fiebre poco iluminada crei que era solo para mi estaba dirigido su bala (aunque no la veia, solo la escuchaba).
Un infierno de diversiones parecía ceñirse entonces sobre estos tres sujetos desprovistos de cualquier idea de sentido común. Mas allá de las inigualables ganas de sabernos victoriosos en los brazos y volcanes de la señorita E, en el fondo lo que más nos excitaba era disfrutar de esos bocadillos y ese buen ron que de forma armónica nos invitaba a compartir.
Hay momentos en que la saciedad de la carne no lo es todo, sin cumplimentar el paso previo, la carne se pudrirá si no lleva su correlato en el alcohol, que permite descansar el sexo y en una generosa comida, que brindara la transpiración necesaria a ese sexo, que sin ellos, solo seria chiflidos de vientos débiles y perdidos.
En todo momento E, es quien tenía la dirección de mando, era quien imponía una disciplina tacita sobre cada uno de nuestros actos y fuimos guiado por su mano, que se nos revelaba como una guía de calles, donde cada una de esas líneas parecería ser el lugar de su cuerpo en donde terminaríamos volcados con ella.
La habitación a las que de forma telepática nos dirigió E, lejos estaba de cualquier similitud con cualidades como el confort, la comodidad o el simple descanso, hasta es posible que no se trate de una habitación del hotel Swiss, sino más bien una puerta (no en el sentido metafórico del realismo mágico ni nada parecido) sino más como un descuido adrede del estudio de arquitectos, que tal vez conocedores de la realidad de la zona, hayan decidido generar esta mancha al hotel. Por alguna razón esta habitación quedó, y hoy se ocupaba para estos menesteres.
Es difícil digerir una lengua humana, mas cuando esta se encuentra espesa, transpirada, no permite poder procesar formas de placer o excitaciones internas, porque esa gomosidad brota hacia ese sector del cerebro que nos permite buscar la idealización. Esa lengua me arrastró a un pantano, esa habitación se había transformado en barro y esa lengua de E, era la única forma de salir de ese pozo y decidí navegar por la boca de ella y, descansar allí y seguir viaje hasta donde sus pupilas que oficiarían como una especie de agente de viajes, me lo permitan.
Tal vez los agentes no eran los mas idóneos, ya que mi lengua resultó bruscamente expulsada y regresé (si es que nunca había salido) a ese barro inmenso en que se había transformado el cuarto. Y yo pensé ¡no puedo perder esta oportunidad, alguna estrategia o un modelo para crear algo que me devuelva mi aura de escudero nocturno que me habían rechazado!.
En ese momento es cuando E llama a Dumas,. Y yo, furioso ante la inminente derrota, me interpongo en el medio como poniendo fin a estas secuencias que se sucederían sin estar yo presente.
Actor- Director o nada grité, Dumas (a esa altura desnudo y para mi sorpresa con una verga pequeñísima,) me aparta de una forma cálida, firme pero sin buscar el menor conflicto. La fuerza de su mano al correrme la sentí como patriarcal, una especie de mirá y aprendé, o ni siquiera eso (yo si tenía una erección) mas bien como la de ese idiota que busca estudiar todas y cada una de las materias de su carrera universitaria, donde las propias facilidades que el sistema educativo otorga a uno, para escapar de ese rito interminable de prolijidad, y una por supervivencia las rechaza.
Y es cuando el barro desaparece de mis pies y al salir del sucucho me veo en otro pasillo florecido, con jardines y frutas, y como cuidador de todos esos frutales lo veo a Larco, reposado como si fuera un personaje del libro la cabaña del tio tom. Parecería decirme ven aquí viajero de las desgracias, siéntate a la sombra de este manzano y límpiate el barro de tus pies que te han trabado y elimina los restos de esa lengua pegajosa que aun lleva tu cuerpo. Probablemente Larco era el gurú de los viajeros perdidos o era la representación física de lo que comúnmente se llama lugares comunes, y saberme propietario del tiempo de los lugares comunes no es algo frecuente. Todos caemos en lugares comunes, pero yo tenía una representación de lugar común (carnoso y sensible) por lo que me tire bruscamente hacia el, buscando lo que se me negaba en todo este lapso.
Larco no se sorprendió de mi caída y no emitió ruido o sonido alguno. Estaba en una posición fetal, como si recién hubiera salido de una nave extraterrestre y no se cuanto tiempo hacia que lo había perdido. Aparte como llego allí era algo que si bien no era importante para mi, me generaba una intriga, ya que porque desaprovechar los placeres de una mujer, aunque tengas que compartilas con otros dos hombres.
Suspire por esa mujer y volvi a prender otro parisienes.